UN GUÍA EN SIRACUSA
El sol pringoso del mediterráneo escaldaba la piedra milenaria. Nuestros
pies, saturados de polvo y de historia, hollaban el paraje donde escaleras y
sambucas habían urdido la batalla inmortal.
Uno de los turistas, soliviantado por el tedio, inquirió
en inglés:
––¿Cuántos hombres lucharon aquel día?
Nuestro guía, haciendo lucir una sonrisa recamada en
oro y plata, gaje a tono de su estoico oficio, contestó mecánicamente, dando al
yanqui la cifra exacta de soldados, caballos, elefantes y quinquerremes, al
mando de Marcelo y Epícides.
Al yanqui la cifra no le pareció pingüe. Hecho al
hábito brutal de su nación de juzgarlo todo a partir de su tamaño, puteó una
queja y preguntó insolente, ávido de sangre:
––¿Y cuántos murieron?
.....El guía contestó afable.
.....El guía contestó afable.
––Todos.
––¿Todos? ––repitió el yanqui sorprendido, llenos
los ojos de una nueva estulticia.
––La guerra es cruel ––le explicó el guía, sin
perder la máscara ecuánime de su sonrisa ––. Mucho más lo es el tiempo. Los que
sobrevivieron a ese nefando día, de a poco, se fueron muriendo también.
......Nos pobló un júbilo ruidoso a costa del insolente. Ese tipo de datos suele ser escamoteado por los historiadores.
......Nos pobló un júbilo ruidoso a costa del insolente. Ese tipo de datos suele ser escamoteado por los historiadores.
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