domingo, 13 de mayo de 2018

TRENES


Era tarde ya y la luz se desparramaba suavemente por el vagón como una caricia de pereza y de sueño. El traqueteo del tren sobre las vías, el juego inconstante del viento sobre su cara y su pelo, el bullicio apagado y constante (esa lejana algarabía que hay siempre en los trenes), la insistente monotonía del paisaje, todo parecía confabularse para que él durmiera. Pero Manuel padecía esa curiosa enfermedad que suele sobrevenir a muchos estudiantes; esa suerte de ocio expectante, de continuo alerta, que parece atarlos a la conciencia y a un cansancio imperioso. No podía permitirse cerrar los ojos ni dejar pasar un solo estímulo ante ellos sin atraparlo, sin desmenuzarlo y gozarlo violentamente, desgajando de cada mínima percepción un caudal inacabable de sensualidad, de furioso arrobamiento.

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