Siempre me ha fascinado la paradoja,
siempre fui proclive a ella, a solazarme en ella. Quizás por eso me volví
escritor, es decir, artista. El arte es territorio de paradojas. Y ni hablar de la
literatura, porque la paradoja es, ante todo, un subproducto del lenguaje.
Quizás la más atractiva e inquietante
paradoja del arte es la que implica el problema del estilo.
Ser escritor consiste, casi
exclusivamente, en estar enojado con uno mismo por no poder escribir como
aquellos a los que uno admira y, a la vez, estar enojado con uno mismo por no
tener un estilo propio. Es como si nuestra identidad se nos presentara y
representara como un estorbo para desarrollar nuestra identidad.
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