Diario de cuarentena: día 90
No importa de qué le pidan que hable a
un escritor, siempre va a hacerlo sobre sus obsesiones. Schopenhauer decía que
para aquel que sólo tiene un martillo, todos son clavos. La pregunta era,
entonces ¿cómo meter a martillazos esto en Coverama? Parecía imposible, como
chuparse el codo o construir la máquina de Dios, pero, cuando todo parece
perdido, siempre damos con el clavo, no hace falta más que esperar, paciente,
tercamente, con el martillo en la mano…
Porque es ahí cuando uno recuerda,
alcohol en gel en mano, que el viejo zorro de David Bowie grabó, a mediados de
1969, un sencillo llamado Space Oddity, con la idea de que saliera a la venta
mientras el Apolo 11 nos obligara a conjugar por primera vez el verbo alunizar.
Una melodía extraordinaria, sabiamente etérea, una secuencia de acordes
compleja y creativa (muy lejos del atávico I-IV-V que volviera infame al rock
de los ’50), la dosis adecuada de metafísica, psicodelia y melancolía, y un
raro peinado nuevo, completaron el milagro.
¿Era la historia del Mayor Tom ciencia
ficción? ¿Lo es hoy? La verdad es que, fuera de algún que otro crítico
estructuralista, a nadie parece haberle importado mucho el asunto, y el tema
terminó de consagrar al gran Duque Blanco, que había estado en el lugar y el
momento justo.
Y de eso hablamos, más que nada, porque
el cover de Chris Hadfield nos importaría muy poco si no fuera por cuándo y,
sobre todo, dónde fue hecho, por el modo en que vuelve a poner en juego la
paradoja. Pasaron cuarenta años entre una grabación y otra; cuarenta años en
los que la frontera entre lo posible y lo imposible (incluso lo cotidiano) se
movió vertiginosamente. Hoy, ciencia ficción es montar a caballo, no navegar en
la red; ya no le tenemos miedo al bosque, lo añoramos, como a todo paraíso
perdido; y aquellos raros peinados nuevos, en épocas de poliamor e identidad de
género, ya no logran escandalizar a nadie.
Junio 2020
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