¿Por qué este gato? ¿Y por qué no? Para empezar, está
buenísimo, y el que diga que no le gusta, miente. Puede haber, por supuesto,
algo de pedantería y de chauvinismo en la elección, no me atrevería a negarlo.
Pedantería en citar a uno de esos compositores bien o mal llamados “clásicos”;
y chauvinismo, claro está, en la elección del género. Pero lo cierto es que no
sé nada de Chaikovski ni de los hermanos Ábalos. De hecho, es mi incompetencia
en materia musicológica, por si no lo notaron, lo que me lleva a este torpe
ejercicio de literatura del yo, a hablar (para decirlo en buen criollo) no
tanto del asunto en cuestión, como de mi propio culo.
Podría haber elegido The Man Who Sold the World y
hubiera logrado hacer lo que, no sin dificultad, hice siempre: fingir que no
soy un convidado de piedra en la fiesta del rock, que de entre todos los ñoños
posibles, ni siquiera me tocó ser ese que sabe los años en que se editaron los
discos de Yes y Deep Purple. Porque por ahí viene un poco la mano: la música es
importante en mi vida, pero no es ese ángel omnipresente que parece ser para el
resto de los mortales. Disfruto mucho al escucharla, pero la verdad es que lo
hago muy de vez en cuando y que, cuando lo hago, el rock no tiene preeminencia
sobre Piazzolla, Jobim o (ahí vamos con la pedantería) Bach o Tárrega.
Quizás haya un dejo de rebeldía en la elección, es
cierto, pero prefiero pensar que, al aceptar la pauta que me proponía Coverama,
lo hice asumiéndola como un gesto creativo y por eso no pude evitar la
tentación de poner en tensión las reglas de juego. Al final de cuentas, todo
acto creativo se desarrolla en ese territorio de tensión y no tiene sentido
fuera de él; si sabés que el barco no se va a hundir, vayas a donde vayas, no
vale la pena zarpar. Y toda vez que definimos un conjunto del siguiente modo:
“x tal que x es un cover”, el gato de Chaikovski nos trae más dolores de cabeza
que el de Schrödinger. Primero, porque la palabra “cover” presupone el mundo
del rock y segundo (y más importante), porque se supone que en todo cover el
tema versionado es más que conocido, puede identificarse fácilmente y es citado
por completo y no fragmentariamente. Nada de eso se cumple en este hermoso ejercicio
de los hermanos Ábalos… Y sí, soy de esos ñoños que usan la palabra
“hermoso”.
Seamos francos: tampoco es que me puse a pensar en
cómo los iba a jorobar o cómo iba a hacer el papel de ciego en país de tuertos.
Hay algo de azar en esto; de azar y de capricho. Y es que el hecho creativo es,
también, y, esencialmente, un capricho. Durante mucho tiempo quise escribir
algo para este blog, pero no encontraba la música adecuada. Y no encontrar la
punta del ovillo, por supuesto, me fue encaprichando cada vez más. En fin, que
todo lo que precede a esta última duda, quizás no sea más que la
racionalización de ese momento extraordinario en que grité “¡El gatito de
Chaikovski!”, con ese tono de júbilo infantil que debió usar Arquímedes, allá
lejos y hace tiempo, cuando descubrió que el agua desplazada en su bañadera
correspondía al exacto volumen de su culo.
¡Adentro!
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