Decir que una novela es una novela de aventuras no implica más
que una descripción; agregar que toda novela, que toda obra literaria, es en sí
una aventura, es ya ensayar una tesis estética.
La aventura de la que hablamos envuelve, tanto al proceso
creativo del escritor, como al del lector; dos seres solitarios que se arriesgan
a poner en funcionamiento la peligrosa maquinaria de la literatura, cuya
finalidad no es otra que crear sentidos inesperados a partir de una colección,
más o menos afortunada, de símbolos.
A esa aventura compartida nos invita cada libro.
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