Me dijeron que tengo que esperar. No dijeron por qué
ni cuánto. No es común que me digan por qué. Nunca me dicen. Por eso estoy,
acá, esperando, sin saber muy bien cuánto tiempo. La luz que entra por la
ventana es bastante triste, como apagada, si se quiere. Es una ventana chica,
gris de mugre. Hay un reloj que no hace ruido, colgado de una pared blanca; no
tiene segundero y parece quieto. También hay otras sillas, que esperan otros
que, sin saber por qué, se sienten a esperar. El piso es de goma negra, de esas
alfombras que son como canales vacíos, donde siempre hay un chicle pegado y
alguna colilla de cigarrillo. Pero acá no hay ni chicle ni cigarrillo. La gente
ahora no fuma. Fumar fue siempre una buena forma de esperar; yo nunca fumé,
pero ver fumar era mejor que ver un reloj sin segundero, que parece quieto. No
es casual, pienso ahora, que el cigarrillo haya nacido con la burocracia; no es
casual, tampoco, que la burocracia, este ejercicio saludable de la espera, lo
haya sobrevivido, como va a sobrevivirme a mí y a todo. Pienso en Kafka. Me
deprimo. Pienso que si me transformara en un enorme insecto no habría escándalo
en esta sala de espera aséptica, en donde espero solo, sin saber por qué
espero. Uno puede avergonzarse cuando no hay gente, porque el recuerdo de la
gente alcanza para eso, pero lo que no puede es haber escándalo: el escándalo
es un subproducto de proliferación de gente. Toda la gente arma escándalo por
la menor razón, pero nadie lo hace mejor que las viejas, sobre todo las que
usan crucifijo; esas no pierden oportunidad de tirar la primera piedra y de
mirar la paja en el ojo ajeno… se sacarían los ojos con tal de que nadie vea la
viga en el de ellas, pero eso es otro tema. Quiero decir: hay gente que se
amputa la vida para no ser juzgada del modo en que juzga. (Por eso se habla bien
de los muertos; no tanto por los muertos a los que no les importa mucho, sino
por los que viven muertos, que esperan, siempre, que se hable bien de ellos).
Empieza a gustarme la espera. Nadie imagina que
mientras estoy sentado acá, pienso. Sobre todo porque no hay nadie. Si la gente
no es de pensar cuando está, imagínese usted, cuando no está. O no se imagine, mejor;
hay cosas de las que conviene no hablar, cosas en las que no conviene pensar y
cosas que es preferible no imaginarse: esta es una de ellas, quizás una de las
pocas cosas de las que no conviene hablar, pensar ni imaginar.
Miro el reloj. No sirve de nada. Nunca me fijo qué
hora es cuando empiezo a esperar. Eso me inquieta mucho después, porque no
puedo medir mi espera y no se puede vivir sin medir las cosas, no al menos
desde que se inventaron los cigarrillos, aunque ya no existan. Si hubiera
baldosas en el piso, podría medir, por lo menos, cuánto mide de largo o de
ancho está sala, cuántos metros cuadrados de superficie tiene. Es nomás saber
que cada baldosa mide treinta centímetros. Es una cuenta relativamente fácil, aunque el techo sería un problema grave en caso de querer calcular el volumen de esta
sala. Con la puerta y la ventana gris mugre cerradas, si supiera qué cantidad
de oxígeno consume un humano adulto medio de ochenta kilos calvo devastado por
la vida feliz padre de familia cuándo era el cumpleaños de la más chica cuándo
el de mi suegra, podría saber cuánto me queda de vida acá dentro, si es que no me
mata antes el tedio. Podría hacer un cálculo aproximado: dos, por dos, por
dos y medio, cuatro metros cuadrados, diez metros cúbicos de aire siendo un
diecisiete por ciento oxígeno, me da (le daría a cualquiera) un metro setenta
cúbico de oxigeno; un cubo hipotético ideal de oxígeno donde, ahora, no puedo dejar de imaginarme atrapado como una mosca en un cubito de hielo, un espacio
mucho más mezquino, claustrofóbico, que el de esta sala de espera interminable.
¿Cuántos litros de aire son esos? En algún lado leí que es, más o menos, un litro de aire por
pulmón y que se respira trece veces por minuto. ¿No debería estar muerto ya? La
cuenta ya se volvió muy difícil. Prefiero quedarme con la duda.
...
4 comentarios:
Muy bueno Fede, como siempre.
Gracias, querida Ivonne... como siempre.
Excelente. Acabo de descubrir este excelso e intangible lugar y ya me ha parecido algo que todo mundo deba leer.
Mierda, me gustan las historias más puntuales. ¿Qué esperabas? ¿A quíén? ¿Para qué? ¿Dónde?
Publicar un comentario