Tan lejos que ya no importa...
Arrecifes. James Don
"No se
puede pasar", decían. "Es la última parada... aunque se quede
dormido, allá lo despiertan". Y me pasé. Llegué sin nada o casi sin nada;
con una maleta con unas camisas y una carta de recomendación. Pero lo triste no
era haber venido con tan poco, lo triste era saber que no me había olvidado de
nada. "Sin nada que perder", como dicen. Por eso el viaje: para
probar suerte. ¿Quién sabe? Allá no quedaba nada que cuidar y con un poco de
suerte me podía tocar algo diferente. Nada del otro mundo, un trabajo, una
casita... algo por lo que valiera la pena seguir metido en este baile. Pero no.
Me pasé y tuve que terminar en esta ciudad de la que nadie sabe nada para que
me despierte un viejo arrugado y gris.
–¡Vamos, m'hijo, ya llegamos!
Levanté la vista y, comido por la noche, pude leer en el cartel el
nombre de la estación: "La
Piara ".
–¿La Piara ?
¿Dónde queda esto?
–En el culo del mundo, m'hijo. Bien en el culo, ––dijo el guarda casi
por reflejo mientras mascaba un mondadientes deshecho, como si supiera de
antemano lo que yo iba a preguntar.
Siguiéndolo, bajé del vagón. Caminaba
despacio, sin ningún apuro y hubiera jurado que iba evitando las rayas de las
baldosas, jugando una suerte de rayuela secreta. Iba rengueando y hacía ruido
con un manojo enorme de llaves. En la estación no había un alma. El tren estaba
apagado y parecía un gigante dormido. Creo no haber visto bajar a ningún otro
pasajero, ni siquiera al maquinista.
–Maestro, - le dije al viejo - sabe que me pasé de largo, no venía
para acá...
–Nadie venía para acá.
–¿No sabe...
–Pruebe mañana. A la tardecita sale uno; a las seis.- dijo y se metió
en una oficina dentro de la estación. Lo último que escuché de él fue el ruido
de las llaves cerrando la puerta de acero.
Miré a un lado y a otro. La ciudad
parecía grande, incluso se veía un grupo de edificios altos, de unos diez o
quince pisos, pero estaba silenciosa y vacía. ¿Cómo podía ser tan grande una
ciudad de la que no había oído hablar nunca? ¿Cuánto me había pasado? Me
pregunté entonces si no sería demasiado tarde para encontrar un hotel abierto.
Miré mi reloj: dos y diez. Desalentado, comencé a cruzar las vías hacia la
ciudad. En medio me encontré con el reloj de la estación. Lo miré distraído:
las agujas de hierro negro marcaban las cuatro. Miré otra vez el mío y comprobé
que no coincidían.
–¡Ya empezamos mal!– dije y así, sólo y perdido como estaba, me metí
en La Piara.
4 comentarios:
¿Qué le espera a este hombre en semejante lugar... con ese nombre?
(To be continued...?)
Tengo un déjà vu con La Piara. Empiezo a pensar que el mundo tiene más de un culo.
Saludos!
Genial!!!
¿Porqué sigue perdiendo el tiempo con ese don?
Se dice "vagueando" ;)
Publicar un comentario