Post coitum omni animal triste est
Fue increíblemente simple; tanto que
cualquier forma de contarlo lo haría artificial, excesivamente
complejo––innecesariamente complejo. Las palabras nos tienden a veces esa
trampa, como cuando descubrimos que es imposible describir la forma de una
piedra o el fragmento de un objeto desconocido y que, para hacer más
intolerable nuestra impotencia, recordamos con absoluta nitidez.
Así de simple fue. El abrazo rompiéndose
lentamente, dejando escapar un imperioso y conocido olor que los invadió al
instante, que parecía denunciarlos, pero que era también una dulce voz de
arrullo que los despertaba, haciéndoles recordar que eran ellos los que oían.
Sólo ella (sentada en la mesa) estaba en
parte desnuda, dejando ver su piel blanca y suave, tan fría como el mármol,
escondiendo su cara en el pecho de él, ya vestido, que la miraba como desde
otro mundo, sintiendo que estaba demasiado lejos de ella como para poder
ayudarla.
Le habló, pensando por un segundo que era
inútil, que ella no estaba ahí, que estaba lejos, muy lejos, buscando a Juan
con los ojos que no se atrevían a mirarlo, que se ocultaban de él, hiriéndolo,
arrancándole el alma.
––¿Estás bien? ––Dijo él al fin, cuando pudo encontrar algo parecido a su
voz.
Pero le respondió el
silencio, un silencio que la hacía más presente, más dolorosamente presente y
que lo hacía, también, más dolorosamente presente a él.
2 comentarios:
Las repeticiones le dan un ritmo sutilmente efectivo.
O sea, me re gustó.
Hace mucho que no lo leo, así que voy a tener que creerle.
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