Había una vez un zapatero llamado Juan Gublín. Unos creen en las hadas y otros en los duendes, Juan Gublín creía en la Cenicienta. Creía que había una mujer (una sola) que en algún lugar lo esperaba envuelta en un hermoso vestido rosa, coronada de flores y guirnaldas. "Tengo que encontrar a esa mujer", se decía Juan, "¿Pero cómo?" Y esa obsesión llegó a ser tan fuerte, que Juan no lograba dormir por las noches, ni hacer zapatos de día, y así enfermó y se volvió muy pobre. Entonces, un día, como por magia o destino, tuvo una revelación, y se sentó en su taller y se puso a hacer un zapato chico, muy chico, donde apenas entraba su mano, con la esperanza de que sólo pudiese usarlo la indicada. Tardó años en hacer aquel zapato, que forró de seda y adornó con finos encajes y repujó de infinitos relieves. Después, dejó su casa y fue a recorrer el mundo. Pero esta no es una de esas historias en que se comen perdices: no hubo mujer a la que le entrara el zapato y, algunas, ni quisieron probárselo. Juan Gublín, que creía más que nunca en su sueño, siguió buscando por años, hasta que un día se sentó a beber de una fuente y vio su cara en ella y sólo supo que el de la fuente era él cuando encontró sus ojos, muy tristes, reflejados en el agua quieta. Juan Gublín supo ese día todo lo que sabemos pero nunca entendemos: que ya no era joven, que su aventura había sido en vano, que la Cenicienta no existe y que él no era, que nunca había sido, un Príncipe Azul. No tuvo el coraje de tirar el zapato a la fuente y se volvió a su pueblo. Se hizo herrero y se casó con su prima.
Ocio, humor, literatura, pelusas de ombligo, revisionismo cultural, filosofía de potrero, perejilismo intelectual, chismografía anacrónica, musicología hipoacúsica, helenismo en pantuflas y otras incontinencias verbales...
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5 comentarios:
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Boteyero:
Me hizo acordar eso de:
...que cocine guisos de madre
postres de abuela y torres de caramelo...
Le dejo uno de los finales de Cenicienta que tuve que escribir para mi taller (eran cinco).
"Muchas mentiras circulan sobre el final de la historia. Que yo finalmente me probé el zapato y éste calzó en mi pie con un ajuste perfecto, es lo que usualmente se dice. Mentiras. Puras mentiras.
Yo nunca había visto a mi príncipe antes de aquel día. Pero fue a primera vista, y mutuo.
Él lo resolvió todo en segundos. Los guardias gritando "Fuego!" desde afuera. Las brujas idiotas corriendo a la calle. Y ese beso con que me cerró la boca mientras me ordenaba que siguiera todo lo que él decía".
Se nota mucho que en mi anterior reencarnación fui princesa de cuentos?
Saludos.
Luz:
¡Trampa! ¡Trampa! Usted desanduvo la metáfora: el zapato le entraba a su Cenicienta. Pero me gustó el beso imperativo del príncipe: ¡Esos son machos!
PD: Sí, se nota.
todos somos juan glubin
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