La razón, la inteligencia, el conocimiento e, incluso, la fe religiosa, son herramientas y toda herramienta apunta a un fin. Poner el deseo a su servicio es como poner la carreta a tirar del caballo.
Alguien podrá quejarse aduciendo que encuentra placer en el conocimiento en sí mismo. Pues bien: yo le diré que el fin de su conocer es el placer que le brinda. Porque, si no le presenta placer al momento, existe al menos la expectativa de un placer o utilidad futura. Y si esta expectativa no existe, entonces, el hombre está pecando de racionalismo. Merecerá, entonces, no sólo el tedio que obtenga como recompensa o castigo por su afán, sino también el padecimiento y el dolor que devenga de su desprecio por el placer, por la vida misma.
Hay quienes compran vasos porque quieren beber vino y hay quines compran vino porque tienen vasos. El pecado de la razón consiste en perder de vista su finalidad; en tomar su mero ejercicio como un fin. Es preciso, aunque parezca paradójico, hacer un uso racional de la razón, que nos aparte de ese vergonzoso pecado contra la vida misma.
Llamamos útil, al final de cuentas, a todo aquello que nos provee de placer. El placer es, entonces, el único fin en sí mismo.
¡Salud!
4 comentarios:
Esto viene de acá No pregunten cómo, pero es así.
no soy de filosofar como usted lo hace...me dejo llevar por lo que me arrastra más; analizando, sí, que para eso tengo una cabeza, dejando que los sentimientos me hablen, que por algo soy un cuerpo con corazón...siempre nos equivocamos o no, dependiendo del interlocutor y de la suerte.
Mmmm... ¿ahora me salió utilitarista? ¡no me la creo! Además el fin de los vasos es tenerlos medio vacíos o medio llenos...
Perdón, ¿una panchería por acá?
¡Muy bueno el título!
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