Todo aquel que haya querido o quiera ejercer una de las muchas formas del arte, se dejó llevar alguna vez por el sueño de concebir una gran obra. Una meta muy noble, sin duda. Pero, por desgracia, no fueron pocos los que confundieron esa grandeza con extensión, con mera enormidad, los que confundieron asombro estético con vértigo.
La brevedad, toda vez que supone un ejercicio de precisión, economía y síntesis, constituye una virtud encomiable; dos o tres sentencias de Wilde pueden revelarnos los secretos resortes de algunas de las doctrinas de Platón y Nietzsche; un sólo trazo de Hokusai o Doré, pueden dar lugar a un mundo; una simple fábula puede encerrar inabarcable belleza; y agotar la lectura de un haikú (leer realmente un sólo verso) puede llevarnos años.
3 comentarios:
Había una ves... truz! ;)
¡Mentira! ¡Eso no es Chopin: es la música de la Valerina!
(Ver desde 00:50 y con espíritu ochentoso, aunque sea del '92)
Se lo voy hacer leer a Silvana a ver si le empieza a gustar lo corto.
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