
La piba del parche
La primera imagen del sueño es la de una larga mesa en donde veo sentados a varios amigos. Están cenando y noto que estamos en una fiesta, quizás un casamiento. La mesa está hecha con tablas y caballetes y el mantel es de papel. Después aparece ella; pasa por delante y me desarma. Tiene una cara muy triste, trágica. El pelo es muy negro y le cae en flequillo sobre la frente. Lleva una remera de manga larga que tiene estampado un dibujo en el pecho en lila y violeta. Pero nada es más cautivante que el parche negro sobre el ojo que es, también, un poco grotesco, al estilo de los piratas de las películas. Me cruzo delante de ella y hago un movimiento extraño para evitar que se siente junto a alguien que creo que va a gustarle más que yo. No sé si en el sueño ella lo nota. Me quedo al lado suyo y hablamos un poco, no sé de qué. Entonces, nos cuenta algo muy triste a todos (un desengaño) sin inmutarse, como si contara el argumento de una novela. Nadie parece conmoverse con esa confesión, como si fuese un comentario fático. Después hay un vacío; un quiebre en la continuidad del sueño. Estamos parados en medio del salón, mientras los otros bailan y ella llora y sale corriendo. Corro detrás de ella y violentamente, dolorosamente, descubro que estoy soñando, que nada de eso es real. La veo bajar por una escalera fastuosa de mármol blanco hacia un hall palaciego, que contrasta mucho con el clima humilde del salón del que venimos. Yo siento una gran angustia porque sé que voy a despertar, que no voy a poder alcanzarla. Entonces la tomo de un brazo, gira, pone su cabeza en mi pecho y llora. Yo le juro algo, no sé muy bien qué y la beso. Después despierto. Durante muchos años llevé en mi bolsillo el dibujo que hice de esa cara.
Los leones
Estoy en el asiento de acompañante de un viejo Falcon que tenía mamá cuando era chico. Estoy cerrando la guantera y veo que mi mano es la de un pibe. Me veo a mí mismo desde la mirada del conductor y veo que tengo 10 o 12 años. Otra vez veo la guantera y miro hacia mi izquierda; la que maneja es mamá. Vamos por una autopista muy rara, con enormes muros de concreto a los costados. Delante nuestro, un enorme puente (que es también un edificio enorme) une los muros de cada lado. Encima de ese puente-edificio se asoma la cabeza de un enorme león que me asusta; tardo un segundo en darme cuenta de que está momificada, muerta. Pero los ojos son demasiado humanos y eso me deja intranquilo. Pasamos por debajo del puente y mamá estaciona el coche en medio de la autopista, detrás de una larga fila. “Acá trabaja papá”, me dice. Salimos del coche y veo que sobre el muro de la izquierda están parados, sobre una enorme grada, otros leones iguales, no sé muy bien cuántos; también están disecados. Sólo se ven sus cuartos delanteros; el resto se pierde detrás de un nuevo muro de concreto. Subimos por una larga escalera y vemos a papá, que empieza a hablar de la importancia de ese edificio, de lo que se hace ahí. Veo, sin sorpresa, que mientras habla se queda calvo. Me doy cuenta de que está mintiendo o de que lo que dice no me importa y asomándome por la ventana le pregunto por los leones. (A partir de ese momento mamá ya no está, estoy solo con él). Sin gran interés, me dice: “No están muertos: mirá” y abre otra ventana desde la que puedo ver atrás del muro. La imagen es muy violenta, porque los cuartos delanteros de los leones son terribles, poderosos y los cuartos traseros son endebles, raquíticos. Papá deja caer una hoja seca de árbol sobre uno de los leones; la hoja cae en el viento con movimiento pendular, como una pluma y, cuando cae sobre la cadera de uno de los leones, veo como sus piernas empiezan a temblar por el peso de la hoja. Entonces, todos los leones empiezan a gemir. Papá desaparece del sueño y con tristeza veo que los leones se arrojan desde lo alto del muro hacia la autopista; me doy cuenta con dolor que lo que veo es un suicidio. Los leones, entonces, son perfectos; los cuartos traseros son también poderosos ahora, y se vuelven hermosos. Pero también pasan a tener sólo dos dimensiones, como si estuvieran dibujados sobre papel y no caen pesadamente, sino del mismo modo que la hoja seca, como si fueran plumas. Detrás del muro superior, donde queda el agujero en donde estaban atrapados los leones, abajo, muy abajo, veo a un hombre gordo de bigotes vendiendo choripanes desde un puestito en una calle y esa visón, tan contrastante con el resto del sueño me angustia y despierto.
Sueño que despierto
En ese tiempo entraba a trabajar a las 6 de la mañana y tenía que levantarme a las 5. Mi trabajo era espantoso (el mismo que tengo hoy) y me acosté muy tarde, con miedo de quedarme dormido porque no tenía un despertador. La pesadilla es muy simple; sueño una y otra vez que despierto y voy al trabajo, pero algo en determinado momento me revela que sigo dormido (unas veces, descubro que hay demasiado sol para la hora que es, otras, descubro que apagué un despertador que no tenía, o veo que el paisaje que veo desde el colectivo es irreal, etc) Me esfuerzo por despertar una y otra vez y cada vez que descubro que sigo soñando siento más angustia, porque siento que es más tarde, cada vez más tarde. Cuando finalmente despierto, siento mucho miedo por unos minutos, miedo de estar todavía dormido y no despertarme nunca.