Podríamos llamarla la parábola de la cebolla… El mundo es una gran madeja, amigo mío. La suponemos enredada tan sólo porque nos asusta que se trate de una complejidad ilusoria; nos asusta que no haya nada que comprender. Analizar esa madeja en busca de la verdad consiste en tirar lentamente de la punta visible, como una hilandera; corromper su topología en busca de su invisible música, de la presunta armonía de los astros. A medida que avanzamos, todo parece simplificarse, hacerse más ordenado... racional... humano… Nos embarga entonces un optimismo engañoso. No nos damos cuenta, amigo mío, de que al final de ese proceso banal, no ha de quedarnos nada… Absolutamente nada.