Amílcar Zorpodín guardaba, escondida, la foto vieja, muy vieja, de una mujer. No se lo había contado nunca a nadie: esa mujer era lo único que Zorpodín no contaba. Pero no importaba, porque ella se le notaba en los ojos, en el alma; porque la tenía tan metida (tan arrancada) que, si uno escuchaba, si uno realmente escuchaba al viejo, la veía atrás de los cielos azules, de los paraísos e infiernos de todos los inmundos y asombrosos mares, de los cien mil idiomas que había aprendido a balbucear con torpeza, de la ginebra y el humo del tabaco, de los lejanos disparos de una guerra absurda e, incluso, detrás de las putas vulgares que también eran ella, que eran ella más que ninguna otra cosa en el mundo... ¡Por que hasta en eso (en encontrarla a ella, a Ella) tuvo suerte el viejo desgraciado, lobo de mar y pescador de nubes!
Se llamaba Sofía y murió muy joven, de neumonía, mientras él pescaba atún al otro lado del mundo y cantaba feliz y bebía y soñaba, eso sí, con volver un día para amarla siempre...
Aloir Edef
4 comentarios:
¿Sabe una cosa? Cada vez que usted escribe de Amílcar Zorpodín, a mi me dan ganas de conocerlo, estrecharle la mano y convidarlo con un mate, si voy por Mar del Plata, ¿lo podré encontrar en el inmenso mar por el que navega? Es que cuando a un hombre lo delata el nombre de una mujer en la mirada, encontró, lo que todos andamos buscando.
Por supuesto. Él, encantado. El otro día compré una botella de ron y me tomé el atrevimiento de regalársela de parte suya. Ahí iba el viejo, caminando de un lado a otro con la botella abajo del brazo.
Nunca me acuerdo de contar algo sobre los cuadros. Este es de Delaroix... Lo curioso es que el tipo pintó a la muchacha escapando a sus paradigmas de belleza y, sin embargo, hay algo de esta cara que me persigue desde la infancia. ¿Es bella o no esa mujer? La pregunta no es retórica, realmente no lo sé.
Yo la veo muy bella, pero la belleza es un valor relativo no?
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