martes, 14 de agosto de 2012

EROS


Post coitum omni animal triste est

Fue increíblemente simple; tanto que cualquier forma de contarlo lo haría artificial, excesivamente complejo––innecesariamente complejo. Las palabras nos tienden a veces esa trampa, como cuando descubrimos que es imposible describir la forma de una piedra o el fragmento de un objeto desconocido y que, para hacer más intolerable nuestra impotencia, recordamos con absoluta nitidez.
Así de simple fue. El abrazo rompiéndose lentamente, dejando escapar un imperioso y conocido olor que los invadió al instante, que parecía denunciarlos, pero que era también una dulce voz de arrullo que los despertaba, haciéndoles recordar que eran ellos los que oían. 
Sólo ella (sentada en la mesa) estaba en parte desnuda, dejando ver su piel blanca y suave, tan fría como el mármol, escondiendo su cara en el pecho de él, ya vestido, que la miraba como desde otro mundo, sintiendo que estaba demasiado lejos de ella como para poder ayudarla.
Le habló, pensando por un segundo que era inútil, que ella no estaba ahí, que estaba lejos, muy lejos, buscando a Juan con los ojos que no se atrevían a mirarlo, que se ocultaban de él, hiriéndolo, arrancándole el alma. 
––¿Estás bien? ––Dijo él al fin, cuando pudo encontrar algo parecido a su voz.
Pero le respondió el silencio, un silencio que la hacía más presente, más dolorosamente presente y que lo hacía, también, más dolorosamente presente a él. 

2 comentarios:

Diana H. dijo...

Las repeticiones le dan un ritmo sutilmente efectivo.
O sea, me re gustó.

Fede dijo...

Hace mucho que no lo leo, así que voy a tener que creerle.

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